Lo maravilloso de la arqueología y la historia es que nos revelan mundos a los que ya jamás tendremos acceso. La historia nos trae al conocimiento cosas que sucedieron atrás en el tiempo, pero que de algún modo u otro han quedado en la memoria, tanto colectiva como escrita. Pero la arqueología va más allá y nos presenta cosas de las que nunca habíamos tenido ni la más ligera idea. Tanto en una disciplina como en la otra, el hecho de buscar en antiguos legajos documentales o bien hallar los restos de una tumba o de un poblado, nos aporta datos al puzzle de nuestro pasado. Hay muchas maneras de acceder a esos datos desconocidos sobre el pasado. Una de ellas es volver a releer nuestros viejos clásicos y encontrarnos con descripciones de cosas que ningún hombre moderno ha visto jamás y de las que no teníamos ni la menor idea sobre su existencia. Eso es lo que pasa cuando leemos la descripción que hace Heródoto sobre un monumento que él vio con sus propios ojos y del cual nos hace descripción. Pero hasta la fecha de hoy sólo nos han quedado unos pocos restos indefinibles de tal genial obra descrita por el historiador griego, y que sobrepasaba en maravilla a las pirámides, según el propio Heródoto.
Es en el libro segundo de los Libros de Historia del autor griego donde hallamos la descripción de un extraño y magnífico laberinto construido por los egipcios. Hoy quisiera presentarles esta maravilla perdida. Pero antes veamos unos datos sobre el Padre de la Historia.
Heródoto de Halicarnaso (480-425 a.C.) fue nombrado por Cicerón el Padre de la Historia en sus De Legibus en el 444 a.C. Y con razón. En la obra de Heródoto encontramos descritas con precisión las guerras médicas, llevadas a cabo entre los griegos y los persas en el siglo V a. C. Heródoto fue escritor cauto y viajero consumado. Visitó y describió gran parte del mundo civilizado de su época. En su peregrinar, sus pasos lo llevaron a Tesalia y las estepas escitas. Llegó hasta el río Dniéper tras viajar por la costa del Mar Negro. Alcanzó la capital persa, Susa, desde Sarolis. Viajó hasta Babilonia y la Cólquide. Y finalmente estuvo en Egipto, donde mantuvo esclarecedoras conversaciones con los sacerdotes.
En su obra, los Nueve Libros de Historia, hallamos las descripciones de los lugares que visita en relación de los hechos que cuenta. Constata datos y cita leyendas y curiosidades de los pueblos y los hombres que conoce.
Sus fuentes son a menudo orales y escritas. Extrae información de los poetas, de las inscripciones, oráculos, etc. Por todo ello fue considerado como el precursor de la historia, pero hoy día no se le puede catalogar de ser muy estricto en sus fuentes.
El conjunto de la obra que nos ha quedado de Heródoto está dividida en nueve libros y estos están dedicados a las Musas. El primero está brindado a Clío, musa de la historia y en él se narran las victorias de Ciro II y la conquista de Asiria. En el segundo la dedicación es para Euterpe, musa de la música y se cuenta la conquista de Egipto por parte de Cambises II. En los libros tercero y cuarto hallamos la dedicatoria a Talía y Melpómene respectivamente, estas son las musas del teatro en su versión comedia la primera y tragedia la segunda, describiéndose en los libros el reinado de Darío. El quinto libro está dedicado a Terpsícore, la musa de la danza, donde se describe la primera guerra médica. Y en el sexto se cuenta la victoria de Maratón, con dedicatoria a la musa de la poesía, Erato. Y, finalmente, en los tres últimos libros se encuentra la descripción de la segunda guerra médica, con titularidad de los libros de las musas de la retórica, astronomía y astrología y elocuencia y poesía épica, Polimnia, Urania y Calíope.
Pero es el segundo el que más nos interesa. Este escrito está extraído del Segundo Libro, capítulos 147 y 148. El texto lo pongo en cursiva, y mis comentarios irán entre paréntesis con letra normal. He aquí el texto:
“ Ahora referiré lo que sucedió en ese país, según dicen otros pueblos y lo confirman los egipcios; y también agregare algo de mi observación. Viéndose libres los egipcios después del reinado del sacerdote de Hefesto (y como en ningún momento fueron capaces de vivir sin rey), dividieron todo el Egipto en doce partes, y establecieron doce reyes. Estos, enlazados con casamientos, reinaban ateniéndose a las siguientes leyes: no destronarse unos a otros, no buscar de poseer uno más que otro, y ser muy fieles amigos. Se impusieron esas leyes que observaron rigurosamente porque al principio, apenas establecidos en el mando, un oráculo les anunció que sería rey de todo Egipto aquel de entre ellos que hiciese libaciones con una copa de bronce en el templo de Hefesto: pues, en efecto, se reunían en todos los templos. Acordaron dejar un monumento en común, y así acordados, construyeron un laberinto, algo más allá del lago Moeris, (Hoy día llamado Birket Qarun.) situado cerca de la ciudad llamada de los Cocodrilos. Yo lo vi, y en verdad es superior a toda ponderación. Si uno sumara los edificios y obras de arte de los griegos, los hallaría inferiores en trabajo y en costo a dicho laberinto, aunque es ciertamente digno de nota el templo de Éfeso y el de Samo. Aun las pirámides eran sin duda superiores a toda ponderación, y cada una de ellas, digna de muchas grandes obras griegas, pero el laberinto sobrepasa a las pirámides. Tiene doce patios cubiertos, y con puertas enfrentadas, seis contiguas vueltas al Norte, y seis contiguas vueltas al Sur; por fuera las rodea un muro. Las estancias son dobles, unas subterráneas, otras levantadas sobre aquellas, en número de tres mil, mil quinientas de cada especie. Las estancias levantadas sobre el suelo las hemos visto y recorrido nosotros mismos, y hablamos de ellas después de haberlas contemplado; las subterráneas las conocemos de oídas, porque los egipcios encargados de ellas, de ningún modo querían enseñármelas, diciendo que se hallaban allí los sepulcros de los reyes que primero edificaron ese laberinto, y los de los cocodrilos sagrados. Así, de las estancias subterráneas hablamos de oídas; las de arriba, superiores a toda obra humana, las vimos con nuestros propios ojos. Los pasajes entre las salas y los rodeos entre los patios, llenos de artificio, proporcionaban infinita maravilla al pasar de un patio a las estancias y de las estancias a otros patios. El techo de todo esto es de piedra, como las paredes, y las paredes están llenas de figuras grabadas. Cada patio está rodeado de columnas de piedra blanca, perfectamente ajustada. Al ángulo donde acaba el laberinto está adosada una pirámide de cuarenta brazas, (Una braza griega del tiempo de Heródoto equivaldría a 1,847 metros, por lo tanto serían unos 73,88 metros) en la cual están grabadas grandes figuras; el camino que lleva a ella está abierto bajo tierra.”
Hasta aquí la descripción del laberinto perdido. Pero, además, me gustaría añadir algo que dice sobre el lago Moeris en el capítulo siguiente, el 149:
“... por sí mismo (el lago) muestra que está excavado artificialmente. En el centro, más o menos, se levantan dos pirámides, cada una de las cuales sobresale cincuenta brazas del agua, (92, 35 metros) y debajo del agua tienen construido otro tanto; y encima de cada una de ellas un coloso de piedra sentado en su trono.”
He aquí dos construcciones de proporciones enormes de las que no quedan más que unos restos irreconocibles o muy desgastados por la humedad. La pirámide solo parece una colina roída por los vientos y la humedad salina del lago. Y del Laberinto tan solo algunas líneas de basamento. ¿Dónde quedó el esplendor de los edificios que describe Heródoto? Posiblemente el historiador griego exageró un tanto sus descripciones, al menos en lo que a la magnitud se refiere. Pero tenemos unos datos que nos tendrían que hacer mover la maquinaria de las excavaciones arqueológicas. Doce reyes antes de que se unificara Egipto, los cuales estaban enterrados en salas subterráneas bajo el laberinto citado por Heródoto. Sería interesante que se buscara y se encontraran esas tumbas.
Aunque a Heródoto no se le puede tildar de estricto en cuanto a la credibilidad de sus fuentes, al menos cuando él describía lo que había visto podemos dar fe de que así lo hizo. Pues espero que algún día alguien autorizado (me refiero al tan controvertido, como no, Zahi Hawas) se tome la molestia de indagar y saber si realmente tenía razón Heródoto al afirmar que los doce primeros reyes estuvieron alguna vez enterrados allí y que en realidad existieron.
Hasta entonces disfrutemos de la lectura de los libros de Heródoto y veamos con nuestra imaginación los prodigiosos monumentos que él alcanzó a ver.
Como links les dejo el link al segundo libro de Heródoto y a la vida de este extraordinario viajero y escritor antiguo.
Salud.
The Damned
Biografía de Heródoto
El Segundo Libro
Bibliografía:
- Los Nueve Libros de Historia. Heródoto. Vol. I Ediciones Orbis Barcelona 1987 Prólogo de Jorge Luis Borges.
Heródoto de Halicarnaso (480-425 a.C.) fue nombrado por Cicerón el Padre de la Historia en sus De Legibus en el 444 a.C. Y con razón. En la obra de Heródoto encontramos descritas con precisión las guerras médicas, llevadas a cabo entre los griegos y los persas en el siglo V a. C. Heródoto fue escritor cauto y viajero consumado. Visitó y describió gran parte del mundo civilizado de su época. En su peregrinar, sus pasos lo llevaron a Tesalia y las estepas escitas. Llegó hasta el río Dniéper tras viajar por la costa del Mar Negro. Alcanzó la capital persa, Susa, desde Sarolis. Viajó hasta Babilonia y la Cólquide. Y finalmente estuvo en Egipto, donde mantuvo esclarecedoras conversaciones con los sacerdotes.
En su obra, los Nueve Libros de Historia, hallamos las descripciones de los lugares que visita en relación de los hechos que cuenta. Constata datos y cita leyendas y curiosidades de los pueblos y los hombres que conoce.
Sus fuentes son a menudo orales y escritas. Extrae información de los poetas, de las inscripciones, oráculos, etc. Por todo ello fue considerado como el precursor de la historia, pero hoy día no se le puede catalogar de ser muy estricto en sus fuentes.
El conjunto de la obra que nos ha quedado de Heródoto está dividida en nueve libros y estos están dedicados a las Musas. El primero está brindado a Clío, musa de la historia y en él se narran las victorias de Ciro II y la conquista de Asiria. En el segundo la dedicación es para Euterpe, musa de la música y se cuenta la conquista de Egipto por parte de Cambises II. En los libros tercero y cuarto hallamos la dedicatoria a Talía y Melpómene respectivamente, estas son las musas del teatro en su versión comedia la primera y tragedia la segunda, describiéndose en los libros el reinado de Darío. El quinto libro está dedicado a Terpsícore, la musa de la danza, donde se describe la primera guerra médica. Y en el sexto se cuenta la victoria de Maratón, con dedicatoria a la musa de la poesía, Erato. Y, finalmente, en los tres últimos libros se encuentra la descripción de la segunda guerra médica, con titularidad de los libros de las musas de la retórica, astronomía y astrología y elocuencia y poesía épica, Polimnia, Urania y Calíope.
Pero es el segundo el que más nos interesa. Este escrito está extraído del Segundo Libro, capítulos 147 y 148. El texto lo pongo en cursiva, y mis comentarios irán entre paréntesis con letra normal. He aquí el texto:
“ Ahora referiré lo que sucedió en ese país, según dicen otros pueblos y lo confirman los egipcios; y también agregare algo de mi observación. Viéndose libres los egipcios después del reinado del sacerdote de Hefesto (y como en ningún momento fueron capaces de vivir sin rey), dividieron todo el Egipto en doce partes, y establecieron doce reyes. Estos, enlazados con casamientos, reinaban ateniéndose a las siguientes leyes: no destronarse unos a otros, no buscar de poseer uno más que otro, y ser muy fieles amigos. Se impusieron esas leyes que observaron rigurosamente porque al principio, apenas establecidos en el mando, un oráculo les anunció que sería rey de todo Egipto aquel de entre ellos que hiciese libaciones con una copa de bronce en el templo de Hefesto: pues, en efecto, se reunían en todos los templos. Acordaron dejar un monumento en común, y así acordados, construyeron un laberinto, algo más allá del lago Moeris, (Hoy día llamado Birket Qarun.) situado cerca de la ciudad llamada de los Cocodrilos. Yo lo vi, y en verdad es superior a toda ponderación. Si uno sumara los edificios y obras de arte de los griegos, los hallaría inferiores en trabajo y en costo a dicho laberinto, aunque es ciertamente digno de nota el templo de Éfeso y el de Samo. Aun las pirámides eran sin duda superiores a toda ponderación, y cada una de ellas, digna de muchas grandes obras griegas, pero el laberinto sobrepasa a las pirámides. Tiene doce patios cubiertos, y con puertas enfrentadas, seis contiguas vueltas al Norte, y seis contiguas vueltas al Sur; por fuera las rodea un muro. Las estancias son dobles, unas subterráneas, otras levantadas sobre aquellas, en número de tres mil, mil quinientas de cada especie. Las estancias levantadas sobre el suelo las hemos visto y recorrido nosotros mismos, y hablamos de ellas después de haberlas contemplado; las subterráneas las conocemos de oídas, porque los egipcios encargados de ellas, de ningún modo querían enseñármelas, diciendo que se hallaban allí los sepulcros de los reyes que primero edificaron ese laberinto, y los de los cocodrilos sagrados. Así, de las estancias subterráneas hablamos de oídas; las de arriba, superiores a toda obra humana, las vimos con nuestros propios ojos. Los pasajes entre las salas y los rodeos entre los patios, llenos de artificio, proporcionaban infinita maravilla al pasar de un patio a las estancias y de las estancias a otros patios. El techo de todo esto es de piedra, como las paredes, y las paredes están llenas de figuras grabadas. Cada patio está rodeado de columnas de piedra blanca, perfectamente ajustada. Al ángulo donde acaba el laberinto está adosada una pirámide de cuarenta brazas, (Una braza griega del tiempo de Heródoto equivaldría a 1,847 metros, por lo tanto serían unos 73,88 metros) en la cual están grabadas grandes figuras; el camino que lleva a ella está abierto bajo tierra.”
Hasta aquí la descripción del laberinto perdido. Pero, además, me gustaría añadir algo que dice sobre el lago Moeris en el capítulo siguiente, el 149:
“... por sí mismo (el lago) muestra que está excavado artificialmente. En el centro, más o menos, se levantan dos pirámides, cada una de las cuales sobresale cincuenta brazas del agua, (92, 35 metros) y debajo del agua tienen construido otro tanto; y encima de cada una de ellas un coloso de piedra sentado en su trono.”
He aquí dos construcciones de proporciones enormes de las que no quedan más que unos restos irreconocibles o muy desgastados por la humedad. La pirámide solo parece una colina roída por los vientos y la humedad salina del lago. Y del Laberinto tan solo algunas líneas de basamento. ¿Dónde quedó el esplendor de los edificios que describe Heródoto? Posiblemente el historiador griego exageró un tanto sus descripciones, al menos en lo que a la magnitud se refiere. Pero tenemos unos datos que nos tendrían que hacer mover la maquinaria de las excavaciones arqueológicas. Doce reyes antes de que se unificara Egipto, los cuales estaban enterrados en salas subterráneas bajo el laberinto citado por Heródoto. Sería interesante que se buscara y se encontraran esas tumbas.
Aunque a Heródoto no se le puede tildar de estricto en cuanto a la credibilidad de sus fuentes, al menos cuando él describía lo que había visto podemos dar fe de que así lo hizo. Pues espero que algún día alguien autorizado (me refiero al tan controvertido, como no, Zahi Hawas) se tome la molestia de indagar y saber si realmente tenía razón Heródoto al afirmar que los doce primeros reyes estuvieron alguna vez enterrados allí y que en realidad existieron.
Hasta entonces disfrutemos de la lectura de los libros de Heródoto y veamos con nuestra imaginación los prodigiosos monumentos que él alcanzó a ver.
Como links les dejo el link al segundo libro de Heródoto y a la vida de este extraordinario viajero y escritor antiguo.
Salud.
The Damned
Biografía de Heródoto
El Segundo Libro
Bibliografía:
- Los Nueve Libros de Historia. Heródoto. Vol. I Ediciones Orbis Barcelona 1987 Prólogo de Jorge Luis Borges.
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